sábado, 29 de marzo de 2008

Número Veinte: Mientras tanto

MIENTRAS TANTO

Nacho estudiaba con atención los rasgos del señor Pérez Nassif; la lujuria y la mezquindad, la hipocresía y la baja ambición, el cancherismo y la avivada porteña, todo con un correcto corte de pelo tipo ejecutivo conspicuo. Recortó la foto y la clavó entre las otras de su colección. Separándose un poco, consideró el conjunto con ojos de experto. Luego miró la pared de enfrente: los leones resplandecían en su pureza y hermosura.
Se recostó en la cama, después de poner un disco de los Beatles, y se puso a pensar, mirando el techo.
Nacían ya ensuciando pañales, regurgitando leche (yo le doy todo lo que puedo, sabe), engordaban (miren qué lindo, limpiándole la baba con el babero), se hacían grandes, alcanzaban el único momento mágico y verdadero (insensatos y soñadores, locos) y luego los palos, los consejos y las maestritas los convertían en una manada de hipócritas (no hay que mentir, niños, no se muerdan las uñas, no escriban malas palabras en las paredes, no se debe faltar a clase), en una manada de realistas, trepadores y mezquinos (el ahorro es la base de la fortuna). Sin dejar un solo momento de comer, defecar y ensuciar todo lo que se toca. Luego los empleos los casamientos, los hijos. Nuevamente el pequeño monstruo regurgitando leche ante la mirada embobada de ex pequeño monstruo regurgitando leche, para que la comedia recomience. Lucha, disputa de los asientos en los colectivos y en los puestos administrativos, envidia, maledicencia, satisfacción de sus sentimientos de inferioridad viendo desfilar los tanques de su patria (se siente fuerte el enanito). Etcétera.
Se levantó y comenzó a caminar. Julia, Julia, oceanchild, calls me. Esa japonesa jodida, esa japonesa de mierda ya tenía que arruinar todo. Los trenes empezaban el transporte del ganado en pie, comenzaba la noche en el gran hormiguero con la salida de las hormiguitas de sus oficinas, con el numerito todavía sobre el lomo, después de haber llevado durante siete horas Papeles y Expedientes, diciendo buenos días señor, con su permiso señor Malvicino, buenas tardes señor Dolgopol, el señor Loprete que lo quiere ver, agachándose delante de las hormiguitas inmediatamente superiores, lustrándoles los zapatos, sonriendo ante sus estupideces, arrastrándose, corriendo luego al subterráneo, viajando como sardinas en lata, llevándose por delante, pisándose, disputándose bajamente los asientos, viajando como sardinas en lata, oliéndose, sintiendo la vida como un interminable viaje en subte y una oficina infinita, con casamiento en el medio y regalos de planchas y relojes de mesa, y luego el chico, dos chicos (ésta es la foto del mayorcito, mire qué vivaracho, usted no me va a creer si le cuento lo que le contestó) y deudas, postergaciones en el Ascenso, generala en el Café, Fóbal y Carreras el sábado y el domingo, con ravioles hechos por la patrona, jamás he podido comer ravioles como los que hace la patrona. Y luego de nuevo el lunes, con el tren y el subte para llegar a la Oficina.
Y ahora volvían en el mismo tren, como ganado en pie. Empezaba la noche con sus fantasmagorías de sueño y sexo, primero con La Razón quinta, de robos y crímenes perfeccionados en la sexta, luego la TV y el sueño, en que todo es posible. Los todopoderosos sueños en que la hormiguita se convierte en Héroe de la Segunda Guerra Mundial, el Jefe de la Oficina, en el individuo que valientemente grita no porque usted sea el Jefe me va a llevar por delante, en invencible Don Juan entre las chicas del ministerio, en incontenible puntero de River, en Fangio, en Dueño de un Torino, en Carlitos Gardel, en Leguisamo solo, en Sócrates, Aristóteles Onassis.
Pasaban los trenes.
Ya era de noche. Se levantó y empezó a caminar hacia su casa.
Julia, Sleeping sand, silent cloud.
Encontró a su hermana tirada en la cama, mirando el techo.




-Ernesto Sabato, Abaddón el exterminador

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