miércoles, 28 de mayo de 2008

Número Cuarenta y siete



Manifiesto dadá 1918







La magia de una palabra -DADÁ- que ha llevadoa los periodistas a las puertas de un mundo imprevisto, no tiene ninguna importancia para nosotros






Para lanzar un manifiesto es necesario querer:
A.B.C.
fulminar contra 1, 2, 3,
enfurecerse y afilar las alas para conquistar y dispersar a,b,c, chicos y a,b,c, grandes, firmar, gritar, blasfemar, organizar la prosa en forma de absoluta e irrefutable evidencia, demostrar su nonplusultra y mantener que la novedad se parece a la vida de la misma manera que la última aparición de una cocotte prueba lo esencial de Dios. Su existencia había sido ya probada por el acordeón, el paisaje y las palabras dulces. Imponer su ABC es algo muy natural –luego deplorable– todos lo hacen en forma de cristalbluff– madona, sistema monetario, producto farmacéutico o de piernas desnudas que invitan a la ardiente y estéril primavera. El amor a las novedades, es una simpática cruz: demuestra un ingenuo valemadrismo, es un signo sin causa, pasajero, positivo.
Pero esta necesidad también ha envejecido. Al documentar el arte con la suprema simplicidad: novedad, somos humanos y sinceros por divertirnos, impulsivos vibrantes para crucificar el aburrimiento. Alertas en la encrucijada de las luces; atentos, acechando los años en el bosque. Escribo un manifiesto y no quiero nada, pero digo ciertas cosas, y por principio estoy en contra de los manifiestos como también estoy en contra de los principios –¡qué cómodo es tener decilitros para medir el valor moral de cada frase. La aproximación la inventaron los impresionistas. Escribo este manifiesto para demostrar que la gente puede conjuntamente llevar a cabo acciones contradictorias en única respiración de aire fresco. Estoy en contra de la acción. De la contradicción y también de la afirmación, no estoy ni en favor ni en contra, y no explico porque odio el sentido común.
Dadá –he aquí una palabra con la cual se lleva a cabo una cacería en el pensamiento; todo burgués es un pequeño dramaturgo, inventa diferentes discursos y en vez de colocar los personajes que convengan en calidad de su inteligencia, crisálidas en las sillas, busca las causas o metas (según el método psicoanalítico que practique) para consolidar su intriga, anécdota que habla y se define. El espectador es un intrigante si trata de explicar una palabra: (conocer). Hace manipular sus instintos escondidos en el enguantado refugio de complicaciones serpentinas. De allí vienen las desgracias de la vida conyugal.
Explicar: diversión de panzas rojas en molinos de cráneos vacíos.

DADÁ NO SIGNIFICA NADA

Si parece inútil y no se pierde el tiempo en una palabra que no significa nada... El primer pensamiento que pasa por esas cabezas es de carácter bacteriológico: encontrar su origen etimológico, histórico o psicológico. Por los periódicos nos enteramos que los negros KRU llaman dadá al rabo de la vaca sagrada. En Italia al cubo y a la madre se les llama dadá. Dadá son en ruso y en rumano la doble afirmación, un caballo de palo y una nodriza. Algunos periodistas cultos ven dadá como un arte infantil, algo semejante al sagrado “dejadalosniñosquevenganamí” de nuestros días, o bien como un monótono, ruidoso, ruidoso, seco retroceso al primitivismo. No se construye una sensibilidad partiendo de una palabra, toda construcción converge hacía la aburrida perfección, idea estancada de un pantano dorado, producto relativamente humano. La obra de arte no debe ser la belleza en sí misma, porque está muerta; tampoco debe ser alegre o triste, oscura o clara, regocijar o torturar al individuo sirviéndole pasteles de sagradas aureolas o el sudor de una carrera combada hacia la atmósfera. Una obra de arte nunca es bella por decreto, objetivamente, y para todos. Luego, la crítica es inútil, no existe más que subjetivamente, para cada uno sin ningún carácter de universalidad. ¿Habrá alguien que crea haber hallado la base psíquica común de toda la humanidad?... El intento de Jesús y la Biblia no cubren todo con sus amplias alas benévolas: la mierda, las bestias, los días... ¿Cómo queremos ordenar el caos que constituye esa variación informe infinita que es el hombre?
La norma “ama a tu prójimo” es hipócrita. “Conócete a ti mismo” es utópico, pero más aceptable porque contiene en sí la maldad. No hay piedad. Después de la carnicería todavía nos queda la esperanza de una humanidad purificada. Habló por mí pues no deseo convencer. No tengo derecho de arrastrar a otros a mi río; nadie está obligado a seguirme y cada quien tiene su propia manera de practicar su arte, si conoce el placer que se eleva como fiera hacia las capas astrales, o ése que desciende a las minas de cadáveres en flor y espasmos fértiles. Estalactitas hay que buscarlas por todas partes, en pesebres ennoblecidos por el dolor, en ojos blancos como las liebres de los ángeles.
Así pues, dadá nace de una necesidad de independencia, de desconfianza en la comunidad. Los que están con nosotros conservan su libertad. No reconocemos ninguna teoría; estamos cansados de academias cubistas y futuristas: laboratorios de ideas formales. ¿Acaso se hace arte para ganar dinero y acariciar al gentil burgués? Resuenan las rimas con la asonancia del tintineo de las monedas, y la inflexión resbala por la línea de su perfil ventrudo. Todas las agrupaciones de artistas llegan a este consorcio aunque cabalguen distintos cometas. Es puerta abierta a la posibilidad de revolcarse en almohadones y comida...
Al llegar a este punto, anclamos en tierra fértil. Aquí tenemos derecho de proclamar esto, porque conocemos el escalofrío y el despertar. Como fantasmas borrachos de energía clavamos nuestro tridente en carnes confiadas. Somos afluencias de maldiciones en tropical abundancia de vegetación vertiginosa; sudamos resina y lluvia, sangramos y quemamos la sed, nuestra sangre es vigor.
El cubismo nació de la manera simple de mirar al objeto: Cézanne pintaba una taza poniéndola 20 centímetros debajo de sus ojos; los cubistas la miraron desde arriba, otros complicaron su apariencia dibujando una sección perpendicular que hábilmente situaban hacia un lado (no olvido a los artistas creadores y las grandes razones de la materia que ellos hicieron definitivas). El futurista ve la misma taza en movimiento: sucesión de objetos puestos uno al lado del otro, y astutamente añade unas cuantas líneas dinámicas. Lo anterior no impide que la obra, sea buena o mala, se destine a la inversión del capital intelectual.
El nuevo pintor crea un mundo cuyos elementos son también los medios; obra sobria, definida sin argumento. El nuevo artista protesta, ya no pinta –reproducción simbólica e ilusoria– crea directamente en piedra, madera hierro, estaño, masas de organismos locomotores, a los que el aire límpido de la sensación momentánea hace voltear en todas direcciones. Toda obra de arte pictórica o plástica es inútil; mejor entonces que sea monstruosa para espantar las mentes serviles, y no dulzona para adornar uno de esos refectorios de animales disfrazados de hombres que ilustran la triste fábula de humanidad.
Un cuadro es lograr que ante nuestros ojos, sobre un lienzo se encuentren dos líneas, que geométricamente son paralelas, en una realidad que nos traslada a un mundo de otras condiciones y posibilidades. Este mundo no se especifica ni se define la obra; con todas sus innumerables variaciones, pertenece al espectador. Para su creador, la obra no tiene causa ni teoría. Orden = desorden; yo = no yo; afirmación = negación: máximos esplendores del arte absoluto. Absoluto en su pureza de caos cósmico y ordenado, eterno en el globular segundo sin duración, sin respiración, sin luz, sin control. Amo las obras de arte antiguas por su novedad. Solamente el contraste nos une al pasado. Los escritores que enseñan moral y discuten o mejoran los fundamentos psicológicos tienen, además de un oculto deseo de hacer dinero, un ridículo conocimiento sobre la vida a la que han clasificado, seccionado, canalizado; se obstinan en querer que las categorías bailen a su compás. Sus lectores se ríen burlonamente y continúan: ¿para qué?.
Existe una literatura que no llega a la masa voraz. Obra de creadores, surgida de una necesidad real del autor, que la produce para sí mismo. Conocimiento de un supremo egoísmo en el que las leyes se marchitan. Cada página debe estallar, sea por su profunda y densa seriedad, el torbellino, vértigo, novedad, eternidad, burla aplastante, entusiasmo de los principios que propone, o por la manera como está impresa. Por una parte, tenemos un mundo bamboleante, en desbandada, ayuntado a los cascabeles de la escala infernal; por otro lado: hombres nuevos. Bruscos, inquietos, cabalgando en sollozos. Mundo mutilado, y los medicastros con manía de mejorarlo.
Yo os digo. No existe un comienzo, y no temblamos, no somos sentimentales. Destrozarnos, cual furioso viento, ropajes de nubes y oraciones y preparamos el gran espectáculo del desastre, el incendio, la descomposición (¿tal vez mejor: podredumbre?). Preparemos la supresión del luto, y cambiemos las lágrimas por sirenas que aúllen de un continente al otro. Tabernáculos de intenso gozo y viudos de la tristeza del veneno. Dadá es la bandera de la abstracción; publicidad y negocios también son elementos poéticos.
Destruyo las gavetas del cerebro y de la organización social: hay que corromper todo y extender la mano del cielo al infierno, los ojos del infierno al cielo, restablecer en sus posibilidades reales y en la fantasía de cada individuo, la rueda fecunda del circo universal.
Filosofía, esa es la cuestión: ¿desde qué lado se comienza a contemplar la vida?, dios, las ideas o los demás fenómenos? Todo lo que vemos es falso. No creo que el resultado relativo tenga más importancia que el resultado de la elección entre pastel y fruta después del almuerzo. Se llama dialécticas a la manera de mirar rápidamente el otro aspecto de una cosa, para imponer indirectamente la propia opinión. Dicho de otro modo, regatear acerca del espíritu de las papas fritas mientras bailamos alrededor la danza del método.
Si grito:
Ideal, ideal, ideal.
Conocimiento, conocimiento, conocimiento.
Boumboum, boumboum, boumboum,
transcribí bastante exactitud: progreso, ley, moral y otras bellas cualidades que diversas personas muy inteligentes han discutido en tantos libros, para al fin decir que sea como sea, cada quien danzó según su boumboum personal y hay una razón para cada boumboum: satisfacer una curiosidad malsana; campanilla privada para necesidades inexplicables; baño; dificultades pecuniarias; estomago con repercusión en la vida; autoridad de varita mística formulada en aroma de orquesta fantasma formada por arcos mudos engrasados con filtros de amoniaco animal. Con el lente azul de un ángel, han enterrado la interioridad a cambio de veinte centavos de gratitud unánime. Si todos tienen razón, y si todas las píldoras son panacea, por una vez tratemos de no tener razón. Se cree posible explicar racionalmente por medio del pensamiento, lo que se escribe. Pero es relativo. El pensamiento es algo muy hermoso para la filosofía, pero es relativo. El psicoanálisis es una enfermedad peligrosa, adormece las tendencias anti-realistas del hombre y sistematiza la burguesía. No hay Verdad suprema. La dialéctica es un divertido mecanismo que nos devuelve en forma bastante banal –a la opinión que de todos modos íbamos a tener. ¿Hay quien crea que un refinamiento minucioso de la lógica logre demostrar la verdad y establecer la exactitud de estas opiniones? La lógica aprisionada por los sentidos es una enfermedad orgánica. A los filósofos les encanta añadir este elemento: el poder de observar. Pero precisamente esta magnífica cualidad del espíritu es prueba de su impotencia. Se observa, se contempla desde uno ovarios puntos de vista elegidos entre los millones que existen. La experiencia es también resultado de la casualidad y de las facultades individuales. La ciencia me repugna en cuanto se convierte en sistema especulativo, pierde su carácter utilitario –tan inútil pero por lo menos individual–. Detesto la robusta objetividad y la armonía, esta ciencia que todo lo encuentra en orden. Proseguir hijos míos, humanidad... La ciencia dice que somos servidores de la naturaleza: todo está en orden, haced el amor y rompeos la cabeza. Proseguid hijos míos, humanidad, gentiles burgueses y periodistas vírgenes... estoy contra los sistemas, el sistema más aceptable es, por principio, no tener ninguno. Completarse, perfeccionarse en la propia pequeñez hasta llenar el vaso del propio yo, valor de combatir en pro y en contra del pensamiento, misterio del pan, desencadenamientos súbitos de una hélice infernal en lirios económicos.

LA ESPONTANEIDAD DADAÍSTA

Llamo valemadrismo al estado de vida en el que cada uno conserva sus propias condiciones sabiendo al mismo tiempo respetar otras personalidades, en caso contrario, defenderse, el twostep se convierte en el himno nacional, tienda de curiosidades, radio, telégrafo que trasmite fugas de Bach, anuncios luminosos y carteles para burdeles, órgano que difunde claveles para Dios, todo ello junto, y reemplazando verdaderamente el catecismo unilateral y la fotografía.

LA SIMPLICIDAD ACTIVA

Impotencia pata discernir entre los grados de claridad: lamer la penumbra y flotar en la gran boca llena de miel y excrementos. En la balanza de la eternidad, toda acción es vana (si permitimos que el pensamiento se comprometa en una aventura cuyo resultado sería infinitamente grotesco, y aumentaría de manera significativa nuestro conocimiento de la impotencia humana). Pero suponiendo que la vida sea una mala broma, sin meta ni parto inicial y porque pensamos que es nuestro deber salir de ella limpiamente como crisantemos regados, proclamamos, el arte como única base de entendimiento. No tiene la importancia que nosotros, mercenarios del espíritu, entonamos hace siglos. El arte no oprime a nadie y los que saben interesarse en él recibirán caricias y tienen la buena ocasión de poblar el país con su conversación. El arte es asunto privado, el artista produce para sí mismo; las obras comprensibles son producto de periodistas, y porque se me da la gana en este momento de combinar esta monstruosidad con pintura al óleo: tubo de papel imitando metal que al apretarse vierte automáticamente odio, cobardía, vileza. El artista, el poeta, se regocija ante el veneno de la masa condensada en un jefe de sección de esta industria. Se siente feliz de ser injuriado: prueba de su inmutabilidad. El autor, el artista alabado por los diarios, constata la comprensibilidad de su obra: miserable revés de chaqueta de utilidad pública; harapos que cubren la brutalidad, orina que contribuye a dar calor a un animal que empolla bajos instintos. Carne insípida y floja que se reproduce por microbios tipográficos.
Hemos trastornado nuestra inclinación al lloriqueo. Toda infiltración de esa naturaleza es diarrea en mermelada. Alentar ese arte quiere decir digerirla. Necesitamos obras fuertes, directas, precisas y que estén más allá de todo entendimiento. La lógica es una complicación. La lógica siempre es falsa. Tira de los hilos de las nociones, palabras, en su exterior formal, hacia extremos de centros ilusorios. Sus eslabones matan, ciempiés enorme que ahoga la independencia. El arte casado con la lógica viviría en incesto, tragándose, devorando su propia cola siempre parte de su cuerpo, fornicando consigo mismo y la sensualidad se convertiría en una pesadilla tiznada de protestantismo, un monumento, montón de intestinos pesados y grises.
Pero la flexibilidad, el entusiasmo y aún la alegría de la injusticia, esa pequeña verdad que practicamos inocente y que nos embellece: somos sutiles y nuestros dedos son maleables y resbalan como las ramas de esa planta insinuante y casi líquida; los cínicos dicen que definen nuestra alma. Eso también es un punto de vista; afortunadamente no todas las flores son sagradas, y lo que hay de divino en nosotros es la manifestación de la acción anti-humana. Hablo aquí de flores de papel para la solapa de caballeros que frecuenten el baile de la vida enmascarada, cocina de la gracia, primas blancas esbeltas o gruesas. Trafican con lo que hemos seleccionado. Contradicción y unidad de los conos polares de un solo golpe, puede ser verdad. Si en todo caso se insiste en expresar esta banalidad, apéndice de una moral libidinosa, mal oliente. La moral atrofia como toda plaga que es producto de la inteligencia. El control de la moral y de la lógica nos ha impuesto la impasibilidad frente a la policía –causa de la esclavitud, ratas pútridas que llenan los vientres de los burgueses, y que han infectado los únicos corredores de cristal claros y limpios que permanecían abiertos a los artistas. Que todo hombre grite: hay un trabajo destructivo, negativo que realizar. Barrer, limpiar. La limpieza del individuo se afirma después de la locura, locura agresiva, completa, de un mundo abandonado en manos de bandidos que se desgarran y destruyen los siglos. Sin meta ni proyecto, sin organización: locura indomable, descomposición. Los fuertes por la palabra o por la fuerza sobrevivirán, porque son rápidos en la defensa, la agilidad de los miembros y de los sentimientos arte en las facetas de sus flancos.
La moral ha determinado la claridad y la piedad, dos bolas de sebo que han crecido como elefantes, como planetas y se les nombra buenas. No tienen nada de bondad. La bondad es lúcida, clara y decidida, sin piedad para con la transa y la política. La moral es inyección de chocolate en las venas de los hombres. Esta tarea no fue ordenada por una fuerza sobrenatural, sino por el consorcio de mercaderes de ideas y acaparadores universitarios. Sensiblería: al ver un grupo de hombres que disputan y se aburren inventaron el calendario y el medicamento sensatez. Poniendo etiquetas se desencadenó la batalla de los filósofos (mercantilismo, balanza, medidas meticulosas y mezquinas) y por segunda vez se comprendió que la piedad es un sentimiento, como la diarrea en lo que se refiere a la repugnancia que arruina la salud, inmunda tarea de carroñas de comprometer al sol.
Proclamo la oposición de todas las facultades cósmicas contra esta blenorragia de un sol podrido surgido de las fábricas de pensamiento filosófico: lucha encarnizada por todos los medios de la REPUGNANCIA DADAÍSTA.
Cualquier producto de la repugnancia susceptible de convertirse en negación de la familia, es DADÁ; protesta a puño limpio de todo el ser en acción destructiva: DADA; conocimiento de todos los medios hasta ahora rechazados por el sexo púdico de la transa cómoda y de la cortesía: DADÁ; abolir toda jerarquía y ecuación social instalada para los valores por nuestros criados: DADÁ; cada objeto, todos los objetos, los sentimientos y las oscuridades, las apariciones y el choque preciso de las líneas paralelas, son medios para el combate: DADÁ; abolición de la memoria: DADÁ; abolición de la arqueología: DADÁ; abolición de los profetas: DADÁ; abolición del futuro: DADÁ; fe absoluta e incuestionable en cualquier dios que sea producto inmediato de la espontaneidad: DADÁ; salto elegante y sin prejuicios desde una armonía hacia la otra esfera; trayectoria de una palabra lanzada como un disco sonoro grito; respetar todas las individualidades en su locura del momento: seria, temerosa, tímida, ardiente, vigorosa, decidida, entusiasta; arrancar de su iglesia todo accesorio inútil y pesado; escupir como cascada luminosa el pensamiento amoroso o desagradable o arroparlo en mimos con la misma intensidad en el follaje profundo, purificado de insectos para sangre bien nacida y dorado con cuerpos de arcángeles, de nuestra alma, sintiendo la gran satisfacción de que da lo mismo una cosa que otra. Libertad: DADÁ DADÁ DADÁ, rugido de colores tensos, enentrelazamiento de opuestos y de todas las contradicciones, las extravagancias, las incongruencias: LA VIDA.




-Tristan Tzara


martes, 20 de mayo de 2008

Número Cuarenta y seis

El acto surrealista más simple consiste en salir a la calle con un revólver en cada mano y, a ciegas, disparar cuanto se pueda contra la multitud. Quien nunca en la vida haya sentido ganas de acabar de este modo con el principio de degradación y embrutecimiento existente hoy en día, pertenece claramente a esa multitud y tiene su panza a la altura del disparo.

-Andre Bretón

domingo, 4 de mayo de 2008

Número Treinta y nueve


He ahí el hombre sobre la mujer desde el principio del mundo, hasta el fin del mundo. El hombre sobre la mujer eternamente como la piedra encima de la tumba.

No otra cosa sois que la muerte sobre la muerte. Contempla el gesto de espasmo de aquella que se muere en la muerte.


-Vicente Huidobro, Temblor de cielo